La portada del día de la edición impresa de El País incluye este titular:
El término cartel tiene dos entradas en el DRAE, y en la que concierne al titular analizado, de pronunciación grave o llana, la academia de la lengua da libertad para acentuarla. El País se inclina por omitir la tilde sobre la a. Probablemente lo hace justificándose en que el contexto deja claro que se está hablando de una organización criminal y no del cartel -palabra aguda- de una película o una obra teatral.
La RAE nos exige acentuar voces como Hawái y Múnich, pero aplica la manga ancha para escribir cartel cuando lo que se está pronunciando es cártel. Precisamente esta palabra viene del alemán -así nos lo recuerda la propia institución-, y qué mejor forma de españolizarla que añadiéndole un acento prosódico que ponga de manifiesto cuál de sus dos sílabas es la tónica.
Las normas de acentuación a veces sorprenden por su permisividad para ciertos nombres comunes y su rigor con los nombres propios, en concreto con los topónimos extranjeros. Ámsterdam y Sídney son sólo dos ejemplos de una españolización estricta de nombres foráneos que merece ser objeto de debate. Pero eso requiere una entrada aparte.
El término cartel tiene dos entradas en el DRAE, y en la que concierne al titular analizado, de pronunciación grave o llana, la academia de la lengua da libertad para acentuarla. El País se inclina por omitir la tilde sobre la a. Probablemente lo hace justificándose en que el contexto deja claro que se está hablando de una organización criminal y no del cartel -palabra aguda- de una película o una obra teatral.
La RAE nos exige acentuar voces como Hawái y Múnich, pero aplica la manga ancha para escribir cartel cuando lo que se está pronunciando es cártel. Precisamente esta palabra viene del alemán -así nos lo recuerda la propia institución-, y qué mejor forma de españolizarla que añadiéndole un acento prosódico que ponga de manifiesto cuál de sus dos sílabas es la tónica.
Las normas de acentuación a veces sorprenden por su permisividad para ciertos nombres comunes y su rigor con los nombres propios, en concreto con los topónimos extranjeros. Ámsterdam y Sídney son sólo dos ejemplos de una españolización estricta de nombres foráneos que merece ser objeto de debate. Pero eso requiere una entrada aparte.
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